Para todos es conocido que para el desarrollo de
una sólida identidad nacional se requiere de procesos que podrían tomar décadas
e incluso siglos para conformarla y fijarla en la conciencia de los pueblos.
Sin embargo, se tiene que elaborar una real planificación, con fines, objetivos
y metas bien definidos, desarrollar los planes y programas nacionales
tendientes a lograr los sentimientos buscados y necesarios. Evaluar y monitorear
el desarrollo de dicho planes y con resultados, tomar las decisiones orientadas
a la consolidación de la tan buscada Identidad Nacional Ecuatoriana.
Como se puede visualizar, se trata de un proceso
intencional, concebido con visión y seriedad, tendiente a lograr uno de los
pilares fundamentales para el desarrollo y bienestar colectivo.
3. EXCEPCIONAL
TALENTO HUMANO DE LA PATRIA
Hombres y mujeres ilustres, acrisolados referentes
y paradigmas que a lo largo de la historia nacional han existido; muchos de
estos prototipos permanecen olvidados, ignorados, ocultos por la falta de
interés, por egoísmos, por ausencia de motivaciones o por la agresiva invasión
de culturas extranjeras que han conspirado contra la formación y crecimiento de
la identidad ecuatoriana y contra el conocimiento obligatorio para todo
ciudadano ecuatoriano, sobre su rica y particular historia, fuente de
inspiración y conciencia, elementos esenciales para la existencia de una sólida
identidad nacional.
3.1.
Manuela
Sáenz Aizpuru, paradigma del inquieto, batallador e indomable espíritu femenino
de este Ecuador eterno y profundo
Es imperioso y oportuno referirse a una de las más
grandes, heroicas, patriotas, cultas e inteligentes mujeres que ha tenido la
patria y la América toda, una exquisita mujer, poseedora de un corazón
rebosante de civismo y amor a la libertad y a su suelo natal, capaz de
enfrentar y desafiar a la muerte en muchísimas ocasiones por sus arraigados
ideales, mujer admirada y venerada por todos, así mismo, envidiada y odiada por
muchos. Mujer ilustrada. Mujer valiente. Mujer audaz. Criatura generosa, en la
que convivían la belleza, la gracia y el coraje. Poderosamente atractiva,
erróneamente conocida como la simple amazona, guerrera o amante; ella es una
mujer excepcional, creada a la medida de su propia grandeza, digna
representante de esta tierra ecuatoriana: Manuelita Sáenz y Aizpuru,
vulgarmente llamada como, la Libertadora del Libertador.
“Manuelita tenía el cabello negro y ensortijado, los
ojos también negros, atrevidos, brillantes; la tez blanca como el alabastro, la
dentadura bellísima, la estatura regular y de muy buenas formas. Sabía manejar
la espada y la pistola; montaba muy bien a caballo, vestida de hombre con
pantalón rojo; ruana negra de terciopelo y suelta la cabellera, cuyos rizos se
desataban por sus espaldas, debajo de un sombrerillo de plumas”, de acuerdo a
uno de sus exaltadores, Juan Bautista Ortiz.[1]
Coincidencia histórica que, mientras en diciembre de
1795, en Quito fallecía el insigne precursor de la independencia ecuatoriana,
Eugenio Espejo, quien en latín pregonaba que: “al amparo de la cruz sed libres,
conseguid la felicidad y la gloria”, nacía, para honra y orgullo de la patria,
una excelsa y valerosa mujer: Manuelita Sáenz Aizpuru.
María Joaquina Aizpuru, sería la madre de la
inigualable quiteña Manuelita Sáenz y su padre fue don Simón Sáenz de Vergara y
Yedra, un español de origen humilde, de espíritu intrépido y aventurero que
llegó a América, luego de pasar por el Virreinato de Nueva Granada, arriba a
Quito, en donde se radica y vive en la época de la emancipación de la Real
Audiencia de Quito.
Muy probablemente la hacienda de la familia Aizpuru,
“Cataguango”, localizada en Amaguaña, cerca de Quito, sería el lugar natal de
Manuelita.
La heroína quiteña crece, como una niña expósita, bajo
los cuidados y guía de monjas de conventos y monasterios del Quito colonial,
lugares donde fue definiendo sus variados y exquisitos atributos de lectora e
indudablemente de escritora, como se comprueba con la extensa y rica producción
epistolar que generó durante su existencia. Se deleitaba con las lecturas sobre
los escritores de la época como: Voltaire, Rousseau, Montesquieu y de autores
clásicos latinos y griegos, lo que le proporcionó una vasta cultura y un agudo
pensamiento crítico.
Los atributos de vehemencia, beligerancia y temeridad
de Manuelita Sáenz, vienen de la sangre paterna, herencia transmitida por su
progenitor y motivados por todo lo acontecido durante una época histórica
difícil, en la que le correspondió vivir. Manuelita era una mujer de una
belleza singular, de cuerpo realmente hermoso y de formas ondulantes, bien
proporcionadas, de acuerdo a los comentarios de los extranjeros que la
contemplaron y llegaron a conocerla.
Manuelita Sáenz sería testigo de los crueles y
violentos acontecimientos del 2 de agosto de 1810, día en que fueron brutal y cobardemente
asesinados los patriotas quiteños que conformaron la Junta Soberana de Quito,
un año antes (10 de agosto de 1809). Todos estos horrorosos; pero, a la vez
heroicos episodios, iban marcando la personalidad, carácter y el espíritu
patriota de la bella heroína quiteña.
Conjuntamente, con sus dos nobles y fieles esclavas
negras: Jonatás y Nathán, quienes le acompañarían hasta el final de su
existencia, conformaban un grupo de caballerescas que demostraron siempre, su
reciedumbre y estoicismo durante los intensos viajes particulares y cuando
cabalgaba al lado de los ejércitos libertadores, como una verdadera “rabona”,
al decir de los peruanos o como una “guaricha” de acuerdo al vulgo decir de
esta zona. Resistían durezas de toda índole, con coraje sin doblegarse ante
fuertes soles y aguaceros, fríos intensos, interminables ventiscas de los
páramos andinos o sofocantes calores tropicales, peligrosos desfiladeros y
barrancos, infinitas y peligrosas distancias, en fin, Manuelita se iba
curtiendo poco a poco, en la jinete más intrépida y valerosa que, jamás ha
podido mujer alguna, igualar, por estas comarcas ancestrales.
Manuelita, por elección y arreglo de su padre, contrae
matrimonio, a los veintidós años de edad, el 27 de julio de 1817, en Panamá, con
un próspero comerciante inglés: el Sr. James Thorne, asentado en Lima.
Su vida cotidiana transcurrió, aproximadamente por
cinco años, en aquella ciudad virreinal, alternó entre la agitada vida social
limeña y la sutil participación femenina, en el secreto movimiento sedicioso
del Perú. Además conoció a otra coterránea suya, de la pintoresca y entrañable
Guayaquil, Rosa Campuzano, poderosamente atractiva y sensual mujer, que
relacionó a la quiteña, con lo más exclusivo de la sociedad limeña de entonces
y con los proselitistas de la independencia peruana. Posteriormente, ésta
distinguida y amable compatriota guayaquileña, debido a su personalidad,
cualidades y atributos puestos al servicio de la libertad y de la emancipación
de nuestro vecino país, se relacionó sentimentalmente con el general argentino,
Don José de San Martín, a quien el pueblo peruano lo reconoció como el
“Protector del Perú”, en tal virtud, la joven guayaquileña Rosa Campuzano pasó,
posteriormente, a ser “La Protectora”, de acuerdo a la expresión popular
peruana de la época.
En Lima, Manuelita había escuchado sobre las hazañas y
valentía de Bolívar que enarbolando la bandera tricolor, diseñada años antes
por otro excepcional venezolano, el general Francisco de Miranda, bandera
pregonera de la libertad; venía raudo y tenazmente avanzando hacia el sur, en
combates sangrientos por la emancipación de los pueblos subyugados por los
españoles, lo que despertó, en Manuelita, los deseos de conocer a tan bizarro y
valeroso general, gestor de tan magna empresa libertaria.
José María Sáenz, hermano de padre de Manuelita, se
encontraba en Lima, formando parte del batallón realista “Numancia” que había
llegado a combatir a los patriotas del Perú; sin embargo, con el paso del
tiempo y por una recuperación de conciencia nacionalista, motivado y persuadido
por acontecimientos heroicos y por su aguerrida hermana, cambia radicalmente en
su actitud y combate al lado de las huestes del general San Martín, durante la
campaña libertaria de la ciudad de Lima en julio de 1821, dando firmes
demostraciones de amor a la libertad conjuntamente con su hermana Manuelita,
que más tarde, por su participación en las acciones emancipadoras del Perú,
serían reconocidos con sendas condecoraciones entregadas por el propio general
San Martín. La condecoración recibida por Manuelita la consagra con el título
de “Caballeresa de la Orden del Sol”, como homenaje a su decisión, valor y “al
patriotismo de los más sensibles” demostrado.
Convertida en la fiel y tenaz compañera del
Libertador, siempre estuvo preocupada por la salud, seguridad personal y éxito
en la labor libertaria de su amado, quien se vio cautivado por el gran amor que
se profesaban. Manuela se sintió fuertemente atraída por la aventura guerrera
de Simón Bolívar y deseaba ser parte de ese ejército libertador y participar
fervientemente en las campañas bélicas en el Perú. Inició colaborando al
secretario del Libertador, luego le fue confiado el cuidado del valiosísimo
archivo oficial de Bolívar, cabalgó en marchas y campañas junto a las tropas
libertadoras, a través del gran territorio peruano hasta los campos de Junín,
participó decididamente en labores de auxilio y salvación de los patriotas
heridos en el sangriento e histórico combate, contra las fuerzas españolas, el
6 de agosto de 1824.
Manuela cabalgó en marchas y campañas, junto a las
tropas libertadoras
La presencia de Manuelita en las acciones de los
patriotas era, cada vez más necesaria, dado a que ella transmitía el pulso de
sus arrebatos, abnegación, intrepidez, inteligencia, su fascinación tan suya,
de mujer superior, digna compañera de la universal figura de Bolívar, quien por
decreto de gobierno le confiere el rango de “coronela”, de su Estado Mayor.
Su irrenunciable coraje hizo que en lo posterior, el
gran general Antonio José de Sucre, ubique a la vehemente heroína quiteña
dentro de las tropas patriotas, en las filas de la reserva de uno de los
escuadrones comandados por el general Jacinto Lara, previo a la trascendente y
definitiva batalla en el “Rincón de los muertos” que en quechua significa
“Ayacucho” que, en contra de las despiadadas tropas hispánicas, los patriotas
americanos, librarían para independizar a sus esclavizados hermanos peruanos
que, a criterio y según el evidente comentario del ciudadano británico William
B. Stevenson: “A estos desgraciados seres a los que se les ha robado su país,
apenas se les permite existir en el”. Realidad que laceraba el alma, dignidad e
inteligencia latinoamericana.
Por el sutil instinto femenino y perspicacia de la
ilustrada e impetuosa quiteña fue alertado el Libertador, sobre protervas
intenciones, egoísmos y ambiciones, de algunos de sus generales
antibolivaristas, sobre reuniones clandestinas, planes para ejecutar atentados
en contra de su vida, a uno de los cuales Manuelita, con recia valentía y
audacia, supo defender, disuadir y evitar que se consuma el infame magnicidio
en contra de la humanidad universal de Simón Bolívar, allá en Bogotá, por el
año de 1828, uno de estos atentados, recordado por el histórico episodio de la
fuga del Libertador del propio Palacio del Gobierno Bogotano, saltando a la
calle, por la ventana de su habitación, apoyado y protegido con la acción
valiente, inteligente y decidida de Manuela, situación que salvo la vida del
gran Bolívar.
Un digno amor eterno, entre dos personajes grandes e
inmortales
Manuelita Sáenz Aizpuru, vive hasta el final de su
existencia, altiva, noble y orgullosa en Paita, puerto pesquero del norte
peruano, exiliada por orden de Vicente Rocafuerte, ultrajada, en la más penosa
soledad y completa miseria, huérfana de todo apoyo; nunca pudo regresar a su
hogar, con los suyos, a su añorada hacienda Cataguango ni a su Patria amada,
pues la pobreza, su quebrantada salud, la postración y finalmente la abominable
difteria precipitaron su partida, el 23 de noviembre de 1856.
En su humilde vivienda fue visitada por numerosas
personalidades de la época y, buscada luego de su muerte por otras tantas, como
Pablo Neruda quien impresionado y cautivado por la notoriedad y grandeza de la
ilustre quiteña, emocionado decide dedicarle unos versos que, en su honor y a
su memoria los llama: “La insepulta de Paita”.
A este tipo de mujer superior pertenece la formidable
y admirable heroína quiteña, “Manuela la bella”, mujer desprendida, digna y
noble, amante de la libertad y justicia, enamorada eterna del Libertador,
poseedora de una personalidad e inteligencia connotadas, generosa al extremo,
excepcional paradigma de la nación ecuatoriana y de la América toda.
[1] Pérez. Galo Rene. Sin
temores ni llantos, vida de Manuelita Sáenz. Cap. XII. Comisión Nacional
Permanente de Conmemoraciones Cívicas. Quito. 2006.
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