Considero que uno de los deberes primigenios para con la
patria es que, todo ciudadano ecuatoriano, en su momento, debería cumplir con
honor y decisión el servicio militar, hoy “Servicio cívico militar voluntario”,
noble actividad, que brinda al joven la oportunidad, única en su vida, de que a
los 19 años de edad se separe temporalmente de su casa, de su familia, amigos,
barrio, pueblo, entorno y salga a conocer otros lugares de su amada patria.
Esta provechosa e invalorable separación familiar,
inicialmente muy dura y difícil, permitirá al joven reconocer, percibir y
valorar a sus seres queridos, especialmente a su madre quien con su ternura y
amor de siempre lo recibía cada día en su casa, a su padre que con la rectitud
del hogar obligaba al cumplimiento de las normas sociales y familiares, que
tantas veces incomodaban al joven adolescente. Llegará a valorar en mayor
dimensión a sus amigos, sus vivencias y actividades que se desarrollan en dicha
edad.
Aprenderá a apreciar aún más, su entorno, familia, amigos
y las comodidades propias de su hogar; incluso las tediosas obligaciones
escolares necesarias para que sea un profesional prometedor en el futuro.
Descubrirá que es capaz de hacer cosas que posiblemente en su hogar no las
realizaba ni realizaría nunca.
La disciplina militar, un tanto difícil al inicio, le
impactará gratamente al joven bisoño; el estricto control y restricciones que
experimentará durante el cumplimiento de su deber cívico y patriótico de ser un
soldado de su patria, le incomodarán al principio; mas el joven ecuatoriano
sentirá paulatinamente que, su permanencia con los soldados profesionales de su
país, es mucho más provechosa de lo que la mayoría de conciudadanos consideran,
especialmente aquellos que no han cumplido con esta obligación sagrada para con
su país.
Evidenciará que en ninguna institución de la república,
en ningún colegio ni universidad se guía y ofrece, en forma pragmática, la
enseñanza de cómo templar y fortalecer su espíritu, su carácter y capacitarse
para enfrentar la difícil vida contemporánea, con los problemas y desafíos que
requieren más de una actitud espiritual y de decisión, que de otros recursos,
que le enseña el cuartel militar, que se constituye en el templo de virtudes, cualidades,
principios y valores cívicos y patrióticos de la nación y del amor por la
patria.
Este privilegiado joven ecuatoriano, evaluará y medirá
sus capacidades y limitaciones físicas, morales, psíquicas, espirituales e
intelectuales, en el corto tiempo de preparación que transcurrirá en el recinto
militar. Comenzará a comprobar su nivel de resistencia física ante situaciones
adversas y rigurosas, propias de las exigencias de un hombre de armas e irá
forjando, poco a poco, su cuerpo, su carácter, personalidad y espíritu cívico y
patriótico, para terminar con un consciente sentimiento de amor a su patria.
Cuando la mayoría de los padres piensan en la proximidad
de la hora en que su hijo, en edad militar, debe presentarse a cumplir con el
sagrado deber del servicio militar, para retribuir orgulloso y desprendido a la
patria que lo vio nacer, comentan equivocadamente sobre el tiempo y estudios
que “perdería” al acudir al cumplimiento de esta obligación cívica, como todo buen
ciudadano ecuatoriano.
No es que el joven vaya a perder el tiempo ni que
truncaría sus estudios superiores, al contrario, va a aprender y a ganar
muchísimo, desde todo punto de vista de una formación integral, pasando de un
grado de inmadurez psicológica, propia de la edad, al de un grado de madurez
emocional más definida y madura, llegando a la fortaleza física e intelectual
que desarrollará durante el transcurso de su periodo de formación militar, para
concluir con un alto grado de conciencia y sentido sobre el amor, respeto y
responsabilidad cívica para con su patria, la sociedad y la familia.
Este joven ecuatoriano va a complementar en este periodo
de su vida, su formación integral como un ciudadano digno, generoso, sin
temores y sin egoísmos. Aprenderá a caminar durante el día, en la penumbra y en
la noche, con sol, con lluvia, con frío, por las pintorescas geografías de su
patria. Tomará contacto con ciudadanos humildes y más necesitados que habitan
en los lugares más recónditos del territorio nacional, en los que el joven
militar tendrá la oportunidad de servir. Patrullará y vigilará, para garantizar
la paz, la tranquilidad y la seguridad que sus hermanos civiles requieren, para
impulsar el fundamental desarrollo de la nación.
Para aquellos padres que hicieron esa tan recordada y
querida conscripción, siéntanse orgullosos y felices, por la suerte que tendrá
su hijo de salir favorecido para cumplir con tan importante responsabilidad
cívica y patriótica. Y si no, recuerden cuando ustedes la cumplieron;
cuéntenle, sin tapujos ni resentimientos sobre los beneficios intangibles que
esta experiencia militar les ha brindado en su vida, hasta el presente, a
ustedes respetables padres de familia.
Quienes no hayan cumplido con este noble y sagrado deber
patrio, no sabe lo que son las exigencias físicas, psíquicas y mentales
extremas, no saben de las largas jornadas de aprendizaje de técnicas y táctica
militares recibidas desde las primeras horas del día, no saben de las guardias
en las noches frías o sofocantes, de las largas y agotadoras marchas bajo la
lluvia o un incandescente sol, que templan el carácter y el cuerpo del joven ciudadano.
El varón que no ha pasado por un cuartel del Ejército
ecuatoriano no conoce del fiel cumplimiento del deber militar, forjado en
pistas de entrenamiento para el combate o en los lejanos e inhóspitos
destacamentos ecuatorianos de frontera. No comprende lo que se siente al
disparar las armas de la patria en los “polígonos y pistas de tiro” durante el
sublime entrenamiento para la defensa del honor y dignidad nacional.
Así es como un joven ciudadano consciente y decidido,
continúa amando a su patria grande e inmortal, para saber defenderla con
heroísmo, en una inesperada conflagración bélica o luego de su formación
castrense, desde la trinchera del profesional digno, honrado, noble y
competente. Así de idealista y grande debe ser el joven ecuatoriano que
realmente ama y respeta a su patria.
En un cuartel militar no sólo se prepara al ciudadano
para la guerra, sino también para cumplir misiones de solidaridad, desarrollo,
seguridad ciudadana, respeto a la democracia, mantenimiento de la paz. Para que
su formación como hombres de bien, valerosos y decididos, se vea acrecentada
con esta noble y rigurosa experiencia. Primordialmente se lo prepara en el
desarrollo de una conciencia cívica, democrática y de amor patrio, sin temor y
egoísmo alguno.
En su Ejército, el joven ecuatoriano, encontrará siempre
una cama para dormir. Desayuno, almuerzo y merienda para recuperar las energías
perdidas durante el agotador entrenamiento militar. Prendas de vestir y
uniformes militares para protegerse en las intensas jornadas de preparación. Y
sobre todo, encontrará un soldado profesional amigo, un compatriota en
uniforme, dispuesto a guiarlo por el sendero de los valores cívicos y
patrióticos, que lo transformarán en un ciudadano integro, respetuoso y muy
disciplinado.
Es falso que el maltrato al ciudadano que cumple con su
servicio militar de honor y tributo a la patria, se produzca al interior de los
cuarteles. Si bien es cierto que en décadas pretéritas, las circunstancias del
entrenamiento militar influenciado por constantes amenazas de guerra y riesgos
bélicos, motivaron a los instructores de esos tiempos a recurrir a la exigencia
física exagerada, que rayaba en maltrato intencionado para, dizque, fortalecer
a los combatientes y prepararlos para los horrores y rigores de la guerra, mas
son cosas del pasado.
La vida militar es totalmente desconocida para la mayoría
de los ecuatorianos; sin embargo, padres ecuatorianos, motiven a sus hijos y
fomenten su deseo de aprender a conocer, amar, sentir, defender y respetar todo
lo que se considera patria. Promuevan a que cumplan con su deber cívico del
servicio militar para con su Ecuador. El evitar e interrumpir el cumplimiento
de esta honorable y viril responsabilidad patriótica, provocará a que se
continúe por el mismo camino del desinterés, apatía y debilidad cívica.
¡Jamás será un año perdido!
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