2. Impacto
del incario en nuestra identidad
Durante el breve y progresista período incásico en
el que vivieron y evolucionaron los habitantes de estas tierras, la mayoría de comunidades,
nacionalidades y confederaciones indígenas de lo que hoy es el Ecuador, pasaron
a formar parte del vasto Imperio de los Inca: el “Tahuantinsuyo”.
Se debe recordar con orgullo que, el último Inca
gobernante de este gran imperio, fue el monarca Atahualpa, el Inca quiteño, que
infelizmente murió asesinado, en Cajamarca en 1533, a manos de los ambiciosos y
muy “católicos” blancos, invasores desde España.
No se han podido identificar vestigios ni rastros
de identidad sobre la pertenencia, a esta última circunstancia política, en la
sociedad ecuatoriana. Son casi inexistentes los sentimientos de identidad y
relación con el incario, sea por motivos históricos causadas por situaciones de
alienación que se generaron en aquellos momentos de la conquista española en el
continente americano, sea por reacción natural de los pueblos de ser
verdaderamente libres y no someterse o subyugarse a nación conquistadora alguna
o por que la ambición de los codiciosos invasores españoles, sedientos de
poder, territorios y riquezas, que obligó a la división política administrativa
de las nuevas tierras, forzando y precipitando la conformación de entidades
territoriales ajenas a la realidad local e imponiendo un nuevo orden político y
social, a la usanza de la España de esa época, con el consabido
resquebrajamiento, en territorios diminutos, solitarios, débiles, olvidados y
dramáticamente explotados, actualmente llamados países Latinoamericanos, entre
ellos, el Ecuador contemporáneo.
Son muchas las razones, claro está, por las cuales
los habitantes de estas tierras se desunieron y separaron de su imperio con el
que ya estaban identificados; se evidencia que estos pueblos corrieron el
riesgo de quedar desamparados, espiritual y sentimentalmente, al vaivén del
tiempo, sin soporte ancestral o sin capacidad de acrecentar o mantener su
identidad, cultura, vida social, fortaleza guerrera y demás manifestaciones
humanas, propias de un conglomerado espiritualmente sólido y con legados
ancestrales bien definidos.
Debemos reconocer que la sociedad ecuatoriana,
lamentablemente, no ha conseguido hasta el presente, consolidar una verdadera
identidad nacional ni arraigar en el espíritu ecuatoriano, su verdadera y
definida procedencia ancestral. Posiblemente hubiese convenido ser parte de la
cultura, territorio y legado ancestral de aquel poderoso y desarrollado imperio
de “los hijos del sol”, y haber mantenido una identidad sólida y soberbia de
gentes identificadas con su propia cosmovisión y cosmogonía. Más fuimos
invadidos, subyugados y separados.
3. Reino
de Quito, Real Audiencia de Quito, Presidencia de Quito y Ecuador
En la época de la colonia, los actuales territorios
ecuatorianos, formaron parte del Reino de Quito, luego Real Audiencia de Quito,
llamada también Presidencia de Quito, esos nombres se han quedado en la
historia, en un pasado olvidado. Una gran parte de los ecuatorianos ya no se
acuerdan ni saben su significado, perdiéndose con el tiempo la oportunidad de
ir definiendo y fortaleciendo una identidad propia, basada en los orígenes de
la nacionalidad aborigen y mestiza. Al final se viene teniendo una fuerte
tendencia a identificarse con lo blanco, con lo español y, lastimosamente,
reprochar lo indígena, lo autóctono.
La gran mayoría de ciudadanos ecuatorianos, se sienten
hasta cierto punto “híbridos”, sin identidad, sin piso, sin un sustento
histórico consciente y digerido. Se sienten frágiles, inseguros, en busca de
adoptar lo primero que les llegue de afuera, les ofrezcan o perciban.
Urge la necesidad de rescatar la inmensa riqueza
cultural e histórica que nuestros antepasados, con sudor, lágrimas y rebeldía
generaron, y que a la vez, perdieron en aquella inhumana y despiadada época
colonial, infringida por ambiciosos e insaciables españoles, escudados en la
santa cruz y apoyados por ciertos encubridores y fanáticos curas.
Con respecto a los nombres originarios y muy
auténticos con los que se reconocían a estos territorios, que posteriormente
fueron indebida, injusta e irresponsablemente cambiados por el de “Ecuador”. Al
menos la capital del país mantiene el nombre “Quito”, que hasta cierto punto
proporciona un innegable grado de orgullo a sus habitantes; pero, no en el
nivel que debería ser. Debemos trabajar más sobre este tema en particular. El
de identidad y pertenencia.
El por qué el nombre “ecuador” ha desfavorecido
tanto a la sociedad del actual Ecuador, en lo relacionado con la identidad
nacional. Sencillo. ¿Qué significaba la palabra ecuador en aquellos tiempos, en
que apareció tan misterioso nombre? ¿Era algo tangible o quizás ancestral?
¿Quién había evidenciado, en épocas pasadas su importancia y representatividad?
o ¿fue mera novelería o impresión caprichosa, por la vulnerable y frágil
situación en la que se desenvolvían los habitantes quiteños de entonces?
Lo que seguro es que, el nombre “Ecuador”, no llena
ni llenará las expectativas, desde el punto de vista de identidad y
pertenencia, a los habitantes de ese rebelde, noble y pródigo “Reino de Quito”.
Departamento
de Quito en 1827
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