Vistas de página en total

domingo, 19 de abril de 2015

Manifestación 018, Algunas fortalezas que disponemos para consolidar una fuerte identidad nacional



Para todos es conocido que para el desarrollo de una sólida identidad nacional se requiere de procesos que podrían tomar décadas e incluso siglos para conformarla y fijarla en la conciencia de los pueblos. Sin embargo, se tiene que elaborar una real planificación, con fines, objetivos y metas bien definidos, desarrollar los planes y programas nacionales tendientes a lograr los sentimientos buscados y necesarios. Evaluar y monitorear el desarrollo de dicho planes y con resultados, tomar las decisiones orientadas a la consolidación de la tan buscada Identidad Nacional Ecuatoriana.

Como se puede visualizar, se trata de un proceso intencional, concebido con visión y seriedad, tendiente a lograr uno de los pilares fundamentales para el desarrollo y bienestar colectivo.

3.        EXCEPCIONAL TALENTO HUMANO DE LA PATRIA

Hombres y mujeres ilustres, acrisolados referentes y paradigmas que a lo largo de la historia nacional han existido; muchos de estos prototipos permanecen olvidados, ignorados, ocultos por la falta de interés, por egoísmos, por ausencia de motivaciones o por la agresiva invasión de culturas extranjeras que han conspirado contra la formación y crecimiento de la identidad ecuatoriana y contra el conocimiento obligatorio para todo ciudadano ecuatoriano, sobre su rica y particular historia, fuente de inspiración y conciencia, elementos esenciales para la existencia de una sólida identidad nacional.

3.1.        Manuela Sáenz Aizpuru, paradigma del inquieto, batallador e indomable espíritu femenino de este Ecuador eterno y profundo

Es imperioso y oportuno referirse a una de las más grandes, heroicas, patriotas, cultas e inteligentes mujeres que ha tenido la patria y la América toda, una exquisita mujer, poseedora de un corazón rebosante de civismo y amor a la libertad y a su suelo natal, capaz de enfrentar y desafiar a la muerte en muchísimas ocasiones por sus arraigados ideales, mujer admirada y venerada por todos, así mismo, envidiada y odiada por muchos. Mujer ilustrada. Mujer valiente. Mujer audaz. Criatura generosa, en la que convivían la belleza, la gracia y el coraje. Poderosamente atractiva, erróneamente conocida como la simple amazona, guerrera o amante; ella es una mujer excepcional, creada a la medida de su propia grandeza, digna representante de esta tierra ecuatoriana: Manuelita Sáenz y Aizpuru, vulgarmente llamada como, la Libertadora del Libertador.

“Manuelita tenía el cabello negro y ensortijado, los ojos también negros, atrevidos, brillantes; la tez blanca como el alabastro, la dentadura bellísima, la estatura regular y de muy buenas formas. Sabía manejar la espada y la pistola; montaba muy bien a caballo, vestida de hombre con pantalón rojo; ruana negra de terciopelo y suelta la cabellera, cuyos rizos se desataban por sus espaldas, debajo de un sombrerillo de plumas”, de acuerdo a uno de sus exaltadores, Juan Bautista Ortiz.[1]



Manuela Sáenz, notable y valerosa figura de nuestra identidad nacional


Coincidencia histórica que, mientras en diciembre de 1795, en Quito fallecía el insigne precursor de la independencia ecuatoriana, Eugenio Espejo, quien en latín pregonaba que: “al amparo de la cruz sed libres, conseguid la felicidad y la gloria”, nacía, para honra y orgullo de la patria, una excelsa y valerosa mujer: Manuelita Sáenz Aizpuru.

María Joaquina Aizpuru, sería la madre de la inigualable quiteña Manuelita Sáenz y su padre fue don Simón Sáenz de Vergara y Yedra, un español de origen humilde, de espíritu intrépido y aventurero que llegó a América, luego de pasar por el Virreinato de Nueva Granada, arriba a Quito, en donde se radica y vive en la época de la emancipación de la Real Audiencia de Quito.

Muy probablemente la hacienda de la familia Aizpuru, “Cataguango”, localizada en Amaguaña, cerca de Quito, sería el lugar natal de Manuelita.

La heroína quiteña crece, como una niña expósita, bajo los cuidados y guía de monjas de conventos y monasterios del Quito colonial, lugares donde fue definiendo sus variados y exquisitos atributos de lectora e indudablemente de escritora, como se comprueba con la extensa y rica producción epistolar que generó durante su existencia. Se deleitaba con las lecturas sobre los escritores de la época como: Voltaire, Rousseau, Montesquieu y de autores clásicos latinos y griegos, lo que le proporcionó una vasta cultura y un agudo pensamiento crítico.

Los atributos de vehemencia, beligerancia y temeridad de Manuelita Sáenz, vienen de la sangre paterna, herencia transmitida por su progenitor y motivados por todo lo acontecido durante una época histórica difícil, en la que le correspondió vivir. Manuelita era una mujer de una belleza singular, de cuerpo realmente hermoso y de formas ondulantes, bien proporcionadas, de acuerdo a los comentarios de los extranjeros que la contemplaron y llegaron a conocerla.

Digno mural, sobre la concepción moderna de nuestra heroína


Manuelita Sáenz sería testigo de los crueles y violentos acontecimientos del 2 de agosto de 1810, día en que fueron brutal y cobardemente asesinados los patriotas quiteños que conformaron la Junta Soberana de Quito, un año antes (10 de agosto de 1809). Todos estos horrorosos; pero, a la vez heroicos episodios, iban marcando la personalidad, carácter y el espíritu patriota de la bella heroína quiteña.

Conjuntamente, con sus dos nobles y fieles esclavas negras: Jonatás y Nathán, quienes le acompañarían hasta el final de su existencia, conformaban un grupo de caballerescas que demostraron siempre, su reciedumbre y estoicismo durante los intensos viajes particulares y cuando cabalgaba al lado de los ejércitos libertadores, como una verdadera “rabona”, al decir de los peruanos o como una “guaricha” de acuerdo al vulgo decir de esta zona. Resistían durezas de toda índole, con coraje sin doblegarse ante fuertes soles y aguaceros, fríos intensos, interminables ventiscas de los páramos andinos o sofocantes calores tropicales, peligrosos desfiladeros y barrancos, infinitas y peligrosas distancias, en fin, Manuelita se iba curtiendo poco a poco, en la jinete más intrépida y valerosa que, jamás ha podido mujer alguna, igualar, por estas comarcas ancestrales.

Manuelita, por elección y arreglo de su padre, contrae matrimonio, a los veintidós años de edad, el 27 de julio de 1817, en Panamá, con un próspero comerciante inglés: el Sr. James Thorne, asentado en Lima.

Su vida cotidiana transcurrió, aproximadamente por cinco años, en aquella ciudad virreinal, alternó entre la agitada vida social limeña y la sutil participación femenina, en el secreto movimiento sedicioso del Perú. Además conoció a otra coterránea suya, de la pintoresca y entrañable Guayaquil, Rosa Campuzano, poderosamente atractiva y sensual mujer, que relacionó a la quiteña, con lo más exclusivo de la sociedad limeña de entonces y con los proselitistas de la independencia peruana. Posteriormente, ésta distinguida y amable compatriota guayaquileña, debido a su personalidad, cualidades y atributos puestos al servicio de la libertad y de la emancipación de nuestro vecino país, se relacionó sentimentalmente con el general argentino, Don José de San Martín, a quien el pueblo peruano lo reconoció como el “Protector del Perú”, en tal virtud, la joven guayaquileña Rosa Campuzano pasó, posteriormente, a ser “La Protectora”, de acuerdo a la expresión popular peruana de la época.

En Lima, Manuelita había escuchado sobre las hazañas y valentía de Bolívar que enarbolando la bandera tricolor, diseñada años antes por otro excepcional venezolano, el general Francisco de Miranda, bandera pregonera de la libertad; venía raudo y tenazmente avanzando hacia el sur, en combates sangrientos por la emancipación de los pueblos subyugados por los españoles, lo que despertó, en Manuelita, los deseos de conocer a tan bizarro y valeroso general, gestor de tan magna empresa libertaria.


Manuela, en Lima, afianza sus sentimientos de libertad y rebeldía


José María Sáenz, hermano de padre de Manuelita, se encontraba en Lima, formando parte del batallón realista “Numancia” que había llegado a combatir a los patriotas del Perú; sin embargo, con el paso del tiempo y por una recuperación de conciencia nacionalista, motivado y persuadido por acontecimientos heroicos y por su aguerrida hermana, cambia radicalmente en su actitud y combate al lado de las huestes del general San Martín, durante la campaña libertaria de la ciudad de Lima en julio de 1821, dando firmes demostraciones de amor a la libertad conjuntamente con su hermana Manuelita, que más tarde, por su participación en las acciones emancipadoras del Perú, serían reconocidos con sendas condecoraciones entregadas por el propio general San Martín. La condecoración recibida por Manuelita la consagra con el título de “Caballeresa de la Orden del Sol”, como homenaje a su decisión, valor y “al patriotismo de los más sensibles” demostrado.
 Manuela reconocida por el pueblo peruano, como miembro fundamental en la emancipación nacional de dicho país

Convertida en la fiel y tenaz compañera del Libertador, siempre estuvo preocupada por la salud, seguridad personal y éxito en la labor libertaria de su amado, quien se vio cautivado por el gran amor que se profesaban. Manuela se sintió fuertemente atraída por la aventura guerrera de Simón Bolívar y deseaba ser parte de ese ejército libertador y participar fervientemente en las campañas bélicas en el Perú. Inició colaborando al secretario del Libertador, luego le fue confiado el cuidado del valiosísimo archivo oficial de Bolívar, cabalgó en marchas y campañas junto a las tropas libertadoras, a través del gran territorio peruano hasta los campos de Junín, participó decididamente en labores de auxilio y salvación de los patriotas heridos en el sangriento e histórico combate, contra las fuerzas españolas, el 6 de agosto de 1824.
Manuela cabalgó en marchas y campañas, junto a las tropas libertadoras


La presencia de Manuelita en las acciones de los patriotas era, cada vez más necesaria, dado a que ella transmitía el pulso de sus arrebatos, abnegación, intrepidez, inteligencia, su fascinación tan suya, de mujer superior, digna compañera de la universal figura de Bolívar, quien por decreto de gobierno le confiere el rango de “coronela”, de su Estado Mayor.
                                                         
Su irrenunciable coraje hizo que en lo posterior, el gran general Antonio José de Sucre, ubique a la vehemente heroína quiteña dentro de las tropas patriotas, en las filas de la reserva de uno de los escuadrones comandados por el general Jacinto Lara, previo a la trascendente y definitiva batalla en el “Rincón de los muertos” que en quechua significa “Ayacucho” que, en contra de las despiadadas tropas hispánicas, los patriotas americanos, librarían para independizar a sus esclavizados hermanos peruanos que, a criterio y según el evidente comentario del ciudadano británico William B. Stevenson: “A estos desgraciados seres a los que se les ha robado su país, apenas se les permite existir en el”. Realidad que laceraba el alma, dignidad e inteligencia latinoamericana.

Por el sutil instinto femenino y perspicacia de la ilustrada e impetuosa quiteña fue alertado el Libertador, sobre protervas intenciones, egoísmos y ambiciones, de algunos de sus generales antibolivaristas, sobre reuniones clandestinas, planes para ejecutar atentados en contra de su vida, a uno de los cuales Manuelita, con recia valentía y audacia, supo defender, disuadir y evitar que se consuma el infame magnicidio en contra de la humanidad universal de Simón Bolívar, allá en Bogotá, por el año de 1828, uno de estos atentados, recordado por el histórico episodio de la fuga del Libertador del propio Palacio del Gobierno Bogotano, saltando a la calle, por la ventana de su habitación, apoyado y protegido con la acción valiente, inteligente y decidida de Manuela, situación que salvo la vida del gran Bolívar.
 

Un digno amor eterno, entre dos personajes grandes e inmortales

Manuelita Sáenz Aizpuru, vive hasta el final de su existencia, altiva, noble y orgullosa en Paita, puerto pesquero del norte peruano, exiliada por orden de Vicente Rocafuerte, ultrajada, en la más penosa soledad y completa miseria, huérfana de todo apoyo; nunca pudo regresar a su hogar, con los suyos, a su añorada hacienda Cataguango ni a su Patria amada, pues la pobreza, su quebrantada salud, la postración y finalmente la abominable difteria precipitaron su partida, el 23 de noviembre de 1856.

En su humilde vivienda fue visitada por numerosas personalidades de la época y, buscada luego de su muerte por otras tantas, como Pablo Neruda quien impresionado y cautivado por la notoriedad y grandeza de la ilustre quiteña, emocionado decide dedicarle unos versos que, en su honor y a su memoria los llama: “La insepulta de Paita”.

A este tipo de mujer superior pertenece la formidable y admirable heroína quiteña, “Manuela la bella”, mujer desprendida, digna y noble, amante de la libertad y justicia, enamorada eterna del Libertador, poseedora de una personalidad e inteligencia connotadas, generosa al extremo, excepcional paradigma de la nación ecuatoriana y de la América toda.
 

Loor a nuestra eterna y singular amante de la libertad y de sus principios


 

 




[1] Pérez. Galo Rene. Sin temores ni llantos, vida de Manuelita Sáenz. Cap. XII. Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas. Quito. 2006.